Fabrizio I. Mariaca Mi noche anterior había sido larga y plagada de saludes, secos y risas en una gira por varios boliches acompañado de los amigos de siempre y algunos nuevos conocidos, en una vorágine que hacía mi recuerdo cada vez más difuso. La mañana siguiente abrí los ojos y al mirar el reloj me percaté que eran las ocho y media de la mañana. Aunque inicialmente pensé que se trataba de una pesadilla, recordé que cuando el despertador había sonado a las siete, decidí dar una pestañeada de un minuto más; sin embargo a esas alturas era evidente que se me habían pegado las pestañas hora y media de más. Sobresaltado, y aún bajo los efectos de la inescrupulosa ingesta de bebidas espirituosas, me levanté para asistir a una entrevista de trabajo que esperé toda la semana y de la cual dependía mi futuro mediato e inmediato. Debía lavarme como gato, vestirme con la celeridad de Superman o Batman pero con la elegancia del Pingüino, movilizarme a la velocidad de cúpula emenerrista en octubre para llegar puntualmente a mi cita programada para las nueve donde, dicho sea de paso, pondría en práctica mis dotes de ventrílocuo para disimular el poderoso tufo provocado por la tremenda liba de la noche anterior. Todavía dormido, y colocándome las últimas prendas del terno dominguero, sacaba el auto del garaje para emprender lo que sería una extraña carrera contra el tiempo y las vicisitudes cotidianas de la ciudad. Por si fuera poco el perjuicio causado por mi entreguismo a Baco por la noche y a Morfeo en la mañana, la lentitud del tráfico me recordaba el trámite de título en provisión nacional. No sabía a ciencia cierta si la obstaculización del paso se debía a manifestación, procesión, desfile cívico, sifonamiento, ciclovía o entrada folklórica. De lo que estaba seguro era que ni un desfile del orgullo gay con el mismísimo vicepresidente como reina, hubiera generado semejante trancadera. Como aún no estaba del todo despierto por la trasnochada y encima me hallaba adormecido por arrullo del lento avance del tráfico, ingresé sin tomar conciencia por una calle en sentido contrario. De pronto, como en las fábulas, un duende apareció de la nada, refunfuñó con un léxico casi ininteligible y luego se alejó corriendo hacia el final del arco iris cargando su olla llena de monedas de oro. Confuso todavía, no podía discernir si lo ocurrido era sueño o realidad. A medida que avanzaba el tiempo y continuaba varado en el embotellamiento iba despertando del letargo y recuperando la lucidez, cayendo en cuenta que ni duende, ni olla con monedas de oro, ni arco iris. En realidad un agente de tránsito, corto de estatura, con uniforme verde, calzando botas y usando un cinturón con enorme hebilla, me había detenido y, después de llamarme la atención en un pintoresco castellano, recaudó la “multa” consistente en hasta mi último centavo, caminando luego con su gorra llena de mis monedas hasta la esquina, para perderse detrás de la wiphala que sostenía el grupo de energúmenos que bloqueaba la vía. Con dos horas de retraso, a las once, llegué al lugar acordado para mi entrevista y, por supuesto, ya todos se habían ido. En ese instante, y por la forma en que se habían presentado las cosas esa mañana, la duda invadió mi mente llegando a cuestionar incluso mi racionalidad: ¿policía o duende, wiphala o arcoiris? Sueño o realidad, coincidencia o justicia divina, dormido o despierto concluí que nuestras acciones pueden traer consecuencias previsibles que nuestra negligencia ignora y que el castigo divino puede asumir formas definitivamente misteriosas. Me repetí una y otra vez que a quien madura Dios le ayuda y que a quien madura no le cuesta tanto madrugar. |
De fábulas dormido y realidades despierto
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1 comentario:
Jajaja ¿Duende verde?
Salud 🥂 porque al que madruga... Le da sueño. 🤣🤣🤣 Jajaja
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