Fabrizio I. Mariaca Gonzáles
Viajaba en un minibús reflexionando acerca de la historia del pensamiento político, la filosofía y, en general, sobre el esfuerzo de las personas comunes que durante siglos habían tratado de descifrar temas cruciales como quién debería gobernar y cuál la mejor forma de hacerlo, además de las cualidades ideales que deberían poseer los individuos para lograr la mejor convivencia social. Todas interrogantes que hasta hoy, y a pesar del notable esfuerzo, ni Platón, Aristóteles, Cicerón, San Agustín, Maquiavelo, Moro, Marx y Weber han logrado disipar concluyentemente.
A pesar de mi profunda distracción no pude dejar de oír un programa que pasaba la radio, donde por teléfono las personas expresaban todo tipo de opiniones sobre el país y los problemas que este atravesaba. De repente, un radioescucha hizo entrar la llamada, iniciando inmediatamente una intervención lo suficientemente extraña como para captar aún más mi atención y restar crédito al modesto conocimiento que había adquirido en la universidad y a través de la efímera bibliografía conocida por el grueso de los mortales.
El personaje iniciaba su alocución aseverando que la ignorancia en temas de naturaleza era peor que la ignorancia en letras, normas, ciencia y cultura. A manera de ejemplo, destacaba el caso del burro, animal que, sin excepción, al haber preñado a una hembra, y hasta que esta paría, no la volvía a tocar – vaya dominio de la zoología; acotando que por el contrario, el degenerado del hombre, cuando embarazaba a la mujer, continuaba sosteniendo relaciones sexuales con ella hasta casi el momento del alumbramiento. A partir de esta constatación sentenciaba: “y es por ello que el burro tiene burritos sanos y normales que viven felices, mientras que el hombre provoca que las wawas nazcan enfermas, deformes, se conviertan en homosexuales y vivan en la desgracia” –descubrimiento digno del novel. Tras esa impactante afirmación, concluía su participación con la siguiente pregunta: “¿quién es más ignorante, el burro que conoce la naturaleza, o el hombre que a pesar de saber leer y escribir la desconoce por completo? Probablemente por el tema sobre el que pensaba antes de la intervención del orador anónimo, paso por mi cabeza que posiblemente en vez de los filósofos, de la divinidad, de los considerados mejores, del proletariado, de la ley o de quien sepa lograr el equilibrio entre el miedo y el amor del pueblo, los burros deberían mandar y las personas emular su conducta en el desempeño de sus actividades cotidianas para forjar una sociedad mejor.
La sola idea me había dejado perplejo y a punto de articular una sonrisa desde lo más profundo de mi ser, cuando en ese preciso instante interrumpía un boletín extra dando cuenta que finalmente la intransigencia absurda, tanto del gobierno como de sectores políticos y sociales del país, había desencadenado un enfrentamiento con heridos graves y destrozos de consideración; sin tiempo para asimilar totalmente la mala nueva, el chofer ponía mi rostro poco menos que en calidad de calcomanía en el parabrisas, por una frenada violenta seguida de una maniobra para eludir a un auto que venía en sentido contrario en el carril que el conductor se había tomado la libertad de invadir para ganar unos segunditos y subir un par de pasajeros.
Estando a punto de normalizar mi posición en el asiento para reprender al irresponsable que iba al volante, desquitando de paso la rabia que sentía por la sombría situación del país, preferí quedarme callado porque volvió a mi mente la reflexión de la radio.
La aparentemente descabellada conclusión sobre que los Equus asinus –nombre científico del singular burrito- son más sabios que las personas, de alguna manera se validaba en la realidad cuando se observaba el comportamiento cotidiano de gobernantes, gobernados, conductores, peatones, etc., todos ellos de seguro seres con profundo conocimiento natural y, en consecuencia, indudablemente aptos para encumbrar a la colectividad en el sendero del desarrollo, la paz, la prosperidad, la salud y la felicidad.
Viajaba en un minibús reflexionando acerca de la historia del pensamiento político, la filosofía y, en general, sobre el esfuerzo de las personas comunes que durante siglos habían tratado de descifrar temas cruciales como quién debería gobernar y cuál la mejor forma de hacerlo, además de las cualidades ideales que deberían poseer los individuos para lograr la mejor convivencia social. Todas interrogantes que hasta hoy, y a pesar del notable esfuerzo, ni Platón, Aristóteles, Cicerón, San Agustín, Maquiavelo, Moro, Marx y Weber han logrado disipar concluyentemente.
A pesar de mi profunda distracción no pude dejar de oír un programa que pasaba la radio, donde por teléfono las personas expresaban todo tipo de opiniones sobre el país y los problemas que este atravesaba. De repente, un radioescucha hizo entrar la llamada, iniciando inmediatamente una intervención lo suficientemente extraña como para captar aún más mi atención y restar crédito al modesto conocimiento que había adquirido en la universidad y a través de la efímera bibliografía conocida por el grueso de los mortales.
El personaje iniciaba su alocución aseverando que la ignorancia en temas de naturaleza era peor que la ignorancia en letras, normas, ciencia y cultura. A manera de ejemplo, destacaba el caso del burro, animal que, sin excepción, al haber preñado a una hembra, y hasta que esta paría, no la volvía a tocar – vaya dominio de la zoología; acotando que por el contrario, el degenerado del hombre, cuando embarazaba a la mujer, continuaba sosteniendo relaciones sexuales con ella hasta casi el momento del alumbramiento. A partir de esta constatación sentenciaba: “y es por ello que el burro tiene burritos sanos y normales que viven felices, mientras que el hombre provoca que las wawas nazcan enfermas, deformes, se conviertan en homosexuales y vivan en la desgracia” –descubrimiento digno del novel. Tras esa impactante afirmación, concluía su participación con la siguiente pregunta: “¿quién es más ignorante, el burro que conoce la naturaleza, o el hombre que a pesar de saber leer y escribir la desconoce por completo? Probablemente por el tema sobre el que pensaba antes de la intervención del orador anónimo, paso por mi cabeza que posiblemente en vez de los filósofos, de la divinidad, de los considerados mejores, del proletariado, de la ley o de quien sepa lograr el equilibrio entre el miedo y el amor del pueblo, los burros deberían mandar y las personas emular su conducta en el desempeño de sus actividades cotidianas para forjar una sociedad mejor.
La sola idea me había dejado perplejo y a punto de articular una sonrisa desde lo más profundo de mi ser, cuando en ese preciso instante interrumpía un boletín extra dando cuenta que finalmente la intransigencia absurda, tanto del gobierno como de sectores políticos y sociales del país, había desencadenado un enfrentamiento con heridos graves y destrozos de consideración; sin tiempo para asimilar totalmente la mala nueva, el chofer ponía mi rostro poco menos que en calidad de calcomanía en el parabrisas, por una frenada violenta seguida de una maniobra para eludir a un auto que venía en sentido contrario en el carril que el conductor se había tomado la libertad de invadir para ganar unos segunditos y subir un par de pasajeros.
Estando a punto de normalizar mi posición en el asiento para reprender al irresponsable que iba al volante, desquitando de paso la rabia que sentía por la sombría situación del país, preferí quedarme callado porque volvió a mi mente la reflexión de la radio.
La aparentemente descabellada conclusión sobre que los Equus asinus –nombre científico del singular burrito- son más sabios que las personas, de alguna manera se validaba en la realidad cuando se observaba el comportamiento cotidiano de gobernantes, gobernados, conductores, peatones, etc., todos ellos de seguro seres con profundo conocimiento natural y, en consecuencia, indudablemente aptos para encumbrar a la colectividad en el sendero del desarrollo, la paz, la prosperidad, la salud y la felicidad.
1 comentario:
Jajajaja hermoso. 😃😃😃
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