Fabrizio I. Mariaca G.
A diario se escuchan alusiones al q’encherío para referir aquella racha de mala suerte o fatalidad que despierta temor en propios y extraños, especialmente en quienes creemos que aquello es sólo una justificación metafísica para los peores defectos personales.
Según la arraigada creencia transmitida seguramente por nuestros respetables tatas, ciertas acciones cotidianas que aparentemente no encierran invocación maligna alguna como dejar la tijera o la cartera sobre la cama, barrer de noche, usar o conservar enseres o prendas t’antas (viejas), pasar debajo de una escalera, abrir el paraguas dentro de la casa, meterse con mujer casada, cruzarse en el camino con el mítico gatito negro, etc, desencadenan una reacción sobrenatural capaz de ocasionar la pobreza, la muerte, la enfermedad y un indeterminado e inimaginable número de desgracias.
Difícil contener la sonrisa al recordar a la señora relativamente joven y sana que desde tiempos inmemoriales carece de actividad laboral y, por su puesto, de ingreso económico alguno pero que encima es capaz de decir: “¡ayyyy!, qué estoy haciendo, mejor levantaré la cartera de la cama porque es q’encha y después no voy a tener plata”, sin darse cuenta que en todo caso debería ponerse a trabajar independientemente de dónde deje la cartera. Como si la previsión de quitar el bolso de la cama fuera a erradicar su flojera o a solucionar los problemas estructurales de su vida.
Es motivo de carcajada rememorar a aquel buen caballero de edad madura que alega: “yo no hago esto ni el otro porque es q’encha”, procurando, a pesar de vestir calzones remendados con manchas de dudosa procedencia, mantener pose de elegancia y sabiduría, siendo que en la realidad su comportamiento es regido por la desidia, la mediocridad, la deshonestidad que se reflejan en un notable historial criminal, en el rechazo familiar y en el cúmulo de fracasos que ha tenido en su vida. Seguramente si, en vez de evitar realizar acciones ligadas a la superchería, erradicara las taras de su comportamiento y personalidad, haría del tiempo suplementario de su existencia algo más agradable y portaría mejor ropa interior.
Resulta hasta trillado oír a un apesadumbrado individuo los peores presagios por haberse cruzado en el camino con un inocente felino de negro pelaje, criatura para algunos desagradable pero definitivamente inocente de que gente mugrosa deje semanas la basura en el patio causando, lógicamente, la concurrencia de delegaciones de gatos de todos los tamaños y colores cuyo modus vivendi, lejos de consistir en atraer la desgracia, radica en aprovechar los suculentos desperdicios depositados en aquel tacho destapado.
No es extraño que quien por descuido y no por necesidad sea capaz de andar con la ropa raída y sucia, haya descuidado también los demás aspectos de su vida como el trabajo e incluso la familia; nada raro que quien establezca una relación adúltera tenga una moral dudosa en todo ámbito. Tanto la flojera como la inmoralidad tienen, naturalmente, que expresarse negativamente en el quehacer general y cotidiano de este tipo de personalidades, cosa que, por supuesto, impedirá que les vaya bien sin importar si se cruzan con una pantera azabache o si dejan cartera y tijera en el techo e incluso si abren el paraguas dentro del refrigerador, pues todo se resume al efecto de sus acciones.
El q’encherío no es otra cosa que el resultado de la desidia y la negligencia de la gente, que a veces se hace visible en pequeños detalles como en la imprudencia de pasar bajo una escalera, limpiar la casa a cualquier hora o no preocuparse por la higiene básica de nuestra persona y del hogar.
En situaciones donde no se puede achacar el fracaso a la ideología neoliberal, al centralismo perverso, al municipio ineficiente, a la inflación, a la cultura autoritaria, al modelo económico o a Chávez, le tiras todo al q’uencherio. Total, somos inocuos ante esa fuerza malvada que arbitrariamente frustra nuestras aspiraciones y sueños; no es nuestra culpa, sólo estamos q’uenchachados.
Sea como fuere, es mejor terminar el análisis aquí, porque puede ser q’encha reflexionar sobre estas cuestiones triviales en horas de oficina, particularmente cuando ello si es capaz de causar desempleo, pobreza, alcoholismo e incluso indigencia.
A diario se escuchan alusiones al q’encherío para referir aquella racha de mala suerte o fatalidad que despierta temor en propios y extraños, especialmente en quienes creemos que aquello es sólo una justificación metafísica para los peores defectos personales.
Según la arraigada creencia transmitida seguramente por nuestros respetables tatas, ciertas acciones cotidianas que aparentemente no encierran invocación maligna alguna como dejar la tijera o la cartera sobre la cama, barrer de noche, usar o conservar enseres o prendas t’antas (viejas), pasar debajo de una escalera, abrir el paraguas dentro de la casa, meterse con mujer casada, cruzarse en el camino con el mítico gatito negro, etc, desencadenan una reacción sobrenatural capaz de ocasionar la pobreza, la muerte, la enfermedad y un indeterminado e inimaginable número de desgracias.
Difícil contener la sonrisa al recordar a la señora relativamente joven y sana que desde tiempos inmemoriales carece de actividad laboral y, por su puesto, de ingreso económico alguno pero que encima es capaz de decir: “¡ayyyy!, qué estoy haciendo, mejor levantaré la cartera de la cama porque es q’encha y después no voy a tener plata”, sin darse cuenta que en todo caso debería ponerse a trabajar independientemente de dónde deje la cartera. Como si la previsión de quitar el bolso de la cama fuera a erradicar su flojera o a solucionar los problemas estructurales de su vida.
Es motivo de carcajada rememorar a aquel buen caballero de edad madura que alega: “yo no hago esto ni el otro porque es q’encha”, procurando, a pesar de vestir calzones remendados con manchas de dudosa procedencia, mantener pose de elegancia y sabiduría, siendo que en la realidad su comportamiento es regido por la desidia, la mediocridad, la deshonestidad que se reflejan en un notable historial criminal, en el rechazo familiar y en el cúmulo de fracasos que ha tenido en su vida. Seguramente si, en vez de evitar realizar acciones ligadas a la superchería, erradicara las taras de su comportamiento y personalidad, haría del tiempo suplementario de su existencia algo más agradable y portaría mejor ropa interior.
Resulta hasta trillado oír a un apesadumbrado individuo los peores presagios por haberse cruzado en el camino con un inocente felino de negro pelaje, criatura para algunos desagradable pero definitivamente inocente de que gente mugrosa deje semanas la basura en el patio causando, lógicamente, la concurrencia de delegaciones de gatos de todos los tamaños y colores cuyo modus vivendi, lejos de consistir en atraer la desgracia, radica en aprovechar los suculentos desperdicios depositados en aquel tacho destapado.
No es extraño que quien por descuido y no por necesidad sea capaz de andar con la ropa raída y sucia, haya descuidado también los demás aspectos de su vida como el trabajo e incluso la familia; nada raro que quien establezca una relación adúltera tenga una moral dudosa en todo ámbito. Tanto la flojera como la inmoralidad tienen, naturalmente, que expresarse negativamente en el quehacer general y cotidiano de este tipo de personalidades, cosa que, por supuesto, impedirá que les vaya bien sin importar si se cruzan con una pantera azabache o si dejan cartera y tijera en el techo e incluso si abren el paraguas dentro del refrigerador, pues todo se resume al efecto de sus acciones.
El q’encherío no es otra cosa que el resultado de la desidia y la negligencia de la gente, que a veces se hace visible en pequeños detalles como en la imprudencia de pasar bajo una escalera, limpiar la casa a cualquier hora o no preocuparse por la higiene básica de nuestra persona y del hogar.
En situaciones donde no se puede achacar el fracaso a la ideología neoliberal, al centralismo perverso, al municipio ineficiente, a la inflación, a la cultura autoritaria, al modelo económico o a Chávez, le tiras todo al q’uencherio. Total, somos inocuos ante esa fuerza malvada que arbitrariamente frustra nuestras aspiraciones y sueños; no es nuestra culpa, sólo estamos q’uenchachados.
Sea como fuere, es mejor terminar el análisis aquí, porque puede ser q’encha reflexionar sobre estas cuestiones triviales en horas de oficina, particularmente cuando ello si es capaz de causar desempleo, pobreza, alcoholismo e incluso indigencia.
1 comentario:
Jajaja. 🤣🤣🤣 Esta vez, me mataste. Jajaja.
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